1. Las funciones de los servicios para el empleo
Los servicios para el empleo, denominados, en terminología internacional, servicios de (o “para el”) mercado de trabajo son –nunca está de más comenzar por recordarlo- los dirigidos a realizar una gestión del mercado laboral que permita el buen funcionamiento de la oferta y la demanda de trabajo, la resolución de problemas que ocasionen desajustes estructurales entre ambas, y la disposición de herramientas institucionales que contribuyan al encuentro de oferentes y demandantes y con ello a la satisfacción de las necesidades laborales de las empresas y de las personas trabajadoras.
Se trata, obviamente, de una labor compleja, en primer lugar, por las dimensiones del mercado de trabajo, el mayor en la economía. Pero, también por sus complejas características: alinear lo más posible las necesidades de la demanda y la oferta de trabajo a lo largo y ancho del tejido productivo, teniendo en cuenta asimismo las de las personas que buscan empleo, no es tarea sencilla, y requiere la disposición de instituciones y herramientas de gran amplitud que permitan el ajuste de la forma más eficaz.
Para ello, estos servicios dirigidos a la gestión del empleo y del mercado de trabajo deben estar, para su debido funcionamiento, estrechamente vinculados y articulados.
Las dos funciones esenciales que deben cumplir son, por una parte, resolver el problema de los desajustes entre la oferta y la demanda de trabajo que ocasiona los elevados niveles de paro estructural, que se manifiestan en la existencia y permanencia en el tiempo de importantes tasas de paro de larga duración que no se reducen proporcionalmente incluso en contextos como el actual de fuerte y sostenida creación de empleo. Se trata, pues, de desajustes en la dimensión competencial y/o en la geográfica entre la oferta y la demanda de trabajo, entre las características, necesidades y perfiles de los puestos de trabajo de las empresas, y del sistema productivo en general, y de las cualificaciones y capacidades de las personas desempleadas.
Y por otra, la segunda función esencial que deben cumplir los servicios para el empleo consiste en reducir asimismo los costes de los procesos de reclutamiento de las empresas, especialmente onerosos en el caso de las empresas pequeñas, así como los tiempos necesarios para la casación de las necesidades de las empresas en el proceso de cobertura de los puestos de trabajo con las personas desempleadas que están buscando activamente esos empleos y disponen de las capacidades y competencias para ocuparlos.
Este segundo desajuste, que se denomina paro friccional, es tanto más importante cuanto menos eficaces, efectivas y eficientes resulten las funciones de intermediación que se realizan por los servicios para el empleo, sean públicos o privados.
En un mercado de trabajo como el español, cuyo tamaño es considerable tanto desde el punto de vista de las grandes cifras de la población activa y desempleada, como desde el número de empresas, ambos desajustes resultan, en ausencia de servicios de empleo eficaces, particularmente importantes. Ocasionando costes tanto económicos como sociales muy elevados.
Los servicios de empleo y de mercado de trabajo deberían atender, o tener como referencia, un modelo ideal para el cual existen referencias claras en los sistemas vigentes en un buen número de países de nuestro entorno europeo. Si en su génesis y en su gestación no ha sido así, como sucede en España, eso ha tenido y tiene una serie de consecuencias que entrañan, finalmente, diversos tipos de problemas, entre los cuales algunas de las más importantes han sido y siguen siendo las siguientes:
a. Un subdesarrollo general de los servicios de mercado de trabajo
b. La apenas existencia de servicios fundamentales como los dirigidos a las empresas
c. La falta de eficacia global de las políticas de empleo